domingo, 6 de septiembre de 2009

GENERO Y OPRESION



Helen Turpaud[1]

Pensar la opresión es pensar básicamente en una relación de poder: alguien, un individuo o grupo, ejerce un poder sobre otro individuo o grupo. Y el poder no se ejerce de un modo irracional e imprevisible, contrariamente a lo muchas veces se dice. El poder tiende a transformarse en sistema, dado que de otro modo no lograría sostenerse ni reproducir sus modos de opresión. Este sistema adquiere un ordenamiento que estructura los roles y posiciones que los individuos pasarán a ocupar en su interior. Dicha estructuración dependerá de un determinado discurso que justifica el orden establecido, y que a la vez es autojustificante dado que descalifica y/o ignora la existencia de otros discursos posibles.
Ahora bien, ¿qué entendemos por ´género´? Cuando hablamos del término ´género´ debemos entenderlo en el contexto de la diferencia entre sexo y género, o de lo que se denomina el sistema sexo/género. Hablamos de sexo cuando nos referimos a la condición de “varón” o “mujer” al nacer. Es decir que el sexo se trata de una condición biológica del ser humano.[2] En cambio, hablamos de género cuando nos referimos a la condición de “femenino” o “masculino” que puede tener un ser humano independientemente de su sexo. Esto no es una cuestión “natural”, sino una cuestión cultural: todos los gestos, actitudes y habilidades que se supone que son propias de varones por un lado, y de mujeres por el otro, son en realidad pautas culturales que se nos enseñan desde la primera infancia. Si se nace niña, se nos inculcará la suavidad, la sumisión, se desalentará el uso de la fuerza física de nuestro cuerpo, se nos dictará que el objetivo en nuestra vida es la maternidad, etc. Si se nace niño, se nos inculcará la competitividad, la necesidad de dominar y ocupar espacios, se desalentará la expresión de las emociones, y no nos señalarán la paternidad como máximo objetivo en la vida, sino que se alentarán actividades que son supuestamente más “de hombres” (deportes, trabajo fuera del hogar, etc.). La capacidad de hacer actividades físicas o la preferencia de los autitos por sobre las muñecas no son características impresas en los genes de los varones, sino que son actitudes alentadas en ellos, y desalentadas en las mujeres, con fines sociales específicos: se alienta en el varón actitudes y tareas que representen o lo preparen para lo que se espera que sea cuando llegue a adulto. Sin embargo, se suele decir que hombres y mujeres actúan “naturalmente” de un modo otro, o que les resulta más fácil o difícil hacer esto o aquello por “naturaleza”, cuando en realidad, los gestos, actitudes, habilidades y roles sociales dependen de una producción de las subjetividades que se realiza desde todas las instituciones de la sociedad (familia, monogamia, heteronormatividad, escuela, religión, y una larga lista de etcéteras). Esgrimir la retórica de lo natural para cuestiones sociales es fijar y “naturalizar” hechos que pueden ser cambiados y subvertidos. Decir que una mujer es “naturalmente” más sensible, o que un hombre es “naturalmente” más racional, es lo mismo que decir que alguien habla “naturalmente” el idioma chino, cuando en realidad nadie habla un idioma sin que se le enseñe a hacerlo. Del mismo modo, en la producción de las subjetividades, se alientan atributos diferenciales según el sexo, pero estos atributos no son sino la construcción social de género.
A partir de esta distinción binaria, donde el sistema sexo/género establece una división de la sociedad en dos, se arma toda una serie de binomios jerarquizantes donde hombre/mujer se lee linealmente en los siguientes pares: superior/inferior, racional/irracional, fuerte/débil, público/privado, humano/no-humano (ya sea demoníaco o “sublime”, pero fuera de lo humano), etc. La lógica binaria implica que el sujeto que detenta el poder señalará que su opuesto es inferior, y le asigna una serie de atributos que serán también, de acuerdo con la lógica dominante, inferiores, peligrosos, incomprensibles, menospreciables, etc. Este sistema de opresión estructurado del modo en que hemos señalado es lo que entendemos como patriarcado, es decir, el sistema por el cual un conjunto de la población (los varones), oprimen a otro conjunto de la población (las mujeres). Dentro del patriarcado, todas aquellas identidades de género no normativas, como las travestis, transexuales, gays, lesbianas, etc. serán también distribuidas de acuerdo con una lógica binaria que los/las relegará al lugar de lo inferior, ejerciendo lo que entendemos como violencia de género.
Si de sistemas opresivos hablamos, podemos referirnos a las diferenciaciones de clase, etnia, religión, género, etc. como criterios a partir un sector de la población oprimirá a otro. Efectivamente, el racismo, la xenofobia, y otros “ismos” y “fobias” han sido casi omnipresentes a lo largo de la historia. Sin embargo, si nos hemos de centrar en la que consideramos el modo de opresión y violencia más generalizado de todos los tiempos y todas las sociedades, hemos de hablar de la violencia hacia las mujeres, el cual atraviesa toda las clases sociales, etnias, religiones, y nacionalidades, aunque con matices diferentes en cada caso. Esta cuestión ha generado no pocos debates, especialmente entre el feminismo y las izquierdas, dado que para estas últimas, la lectura clave de la sociedad se realiza en términos de opresión de clase, mientras que para los movimientos feministas, el machismo y los mandatos patriarcales atraviesan todas las clases sociales y no necesariamente termina con la revolución del proletariado contra el capitalismo. De hecho, existe una conocida frase que dice “el machismo es el fascismo de entrecasa”.
Sin embargo, una mirada que solamente denuncie la opresión del patriarcado, sin entender toda la trama de complejidades y opresiones cruzadas que existen, es una mirada miope. La misma historia del feminismo revela sus limitaciones para comprender esto desde un principio: tanto la lucha de las mujeres negras que dieron visibilidad (especialmente a partir de los años sesenta) a la especificidad de su lugar frente a la aparente neutralidad de las feministas blancas que hasta entonces se habían arrogado el lugar de la voz de todas las mujeres, como las lesbofeministas que vinieron a cuestionar la heteronormatividad que permeaba (consciente o inconscientemente) la voz de las feministas heterosexuales, entre otros muchos ejemplos, permiten entrever la complejidad de la opresión en la sociedad. De hecho, entender la violencia de género como un “enfrentamiento” entre hombres y mujeres, donde las mujeres son las víctimas y los hombres son demonizados, es no comprender que el patriarcado es un sistema que se internaliza de tal modo, que una mujer puede explotar a un hombre, del mismo modo que un adolescente pobre puede desear ser policía para perseguir a sus propios compañeros de barrio. De todos modos, el sistema patriarcal beneficia a unos por sobre el resto, por lo cual, más allá de que haya quienes pueden estar sosteniendo y defendiendo el mismo sistema que las oprimen, hay quienes se benefician de que este sistema exista.
La visibilización de la violencia de género es un proceso lento y en zig-zag, y puede evidenciarse con multiplicidad de ejemplos. Podríamos mencionar un hecho ocurrido en Bahía Blanca en marzo de 2009. Un grupo de adolescentes vinculadxs con escuelas religiosas y sectores relativamente acomodados de la ciudad crearon un grupo en Facebook llamado “Quién no conoce a esta muda” en el que se mofaban de una mujer muda y pobre llamada Marisol que pedía plata en una esquina céntrica. El tono de las burlas pasaban por todos los modos posibles de discriminación, desde reírse de ella por ser pobre y tener una discapacidad, hasta por su color de piel y sus gestos. Sin embargo, a pesar de que los mensajes posteados variaban en su tono y modo de discriminación, existía una constante que se presentaba en buena cantidad de textos: suposiciones sobre las prácticas sexuales de Marisol, amenazas de agresiones sexuales, burlas por su condición de mujer, etc. Las múltiples violencias ejercidas por lxs integrantes de este grupo de Facebook (el cual fue cerrado ante la protesta y denuncia de otras personas) eran una paleta de los prejuicios (clasismo, racismo, odio a las personas discapacitadas, etc.), pero muchas estaban unidas por el denominador común de la violencia de género. Es decir, que más allá de toda victimización, la condición de mujer se transforma en una doble victimización en todos los casos. Un negro será discriminado por negro, pero será doblemente discriminado si es una mujer negra; un trabajador será explotado, pero será doblemente explotada, acosada y victimizada si es una mujer trabajadora. Y este no es solamente un problema de “niños ricos”.
La superación del patriarcado no puede realizarse ni con reformismos institucionales ni concesiones parciales que simplemente maquillan un sistema que sigue cobrando la vida de millones de mujeres, y violenta, explota y denigra a miles de millones, sino a través de una subversión social profunda, que excede cualquier plataforma de partido o consigna aislada. El poder debe ser desestructurado, para que no haya voces que se escuchen como órdenes mientras otras se silencian.
Bibliografía sugerida
- ATTAC, Mujeres contra la explotación. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2007.
- BUTLER, Judith (2006). Deshacer el género. Barcelona, Paidós.
- CARRILLO, Jesús; “Entrevista a Beatriz Preciado”, en www.ddooss.org/articulos/entrevistas/beatriz_preciado.htm, 22 de noviembre de 2004.
- CURIEL, Ochy; “Subvirtiendo el patriarcado desde una apuesta lésbica-feminista”, en http://www.lahaine.org/index.php?p=23080, 18 de junio de 2007.
- FLORES, Valeria; “Educación sexual, ¿ruptura o estabilidad del contrato heterosexista?”, en Baruyera, nº 1, junio de 2007, pp. 4-5.
- FRIGON, Sylvie; “Mujeres, herejías y control social: desde las brujas y comadronas y otras mujeres”, en Travesías. Temas del debate feminista contemporáneo, año 7, nº 9, pp. 87-105.
- GIBERTI, Eva (dirección), LAMBERTI, Silvio, VIAR, Juan Pablo y YANTORNO, Noemí (1998). Incesto paterno-filial. Buenos Aires, Editorial Universidad.
- GIL LOZANO, Fernanda; “Volando con las brujas”, en Baruyera, nº 2, septiembre de 2007, p. 13.
- HARAWAY, Donna J. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid, Cátedra.
- LOPES LOURO, Guacira (2000). “La construcción social de las diferencias sexuales y de género”, en GENTILE, Pablo, Códigos para la Ciudadanía. Santillana, Buenos Aires.
- SEGATO, Rita Laura; “Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado: La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez”, en El Rodaballo. Revista de política y cultura, año XII, nº 16, verano de 2006, pp.101-108.
- TEJERO CONI, Graciela; “Hacer y saber en el movimiento de mujeres”, en La Marea. Revista de Cultura, Arte e Ideas, Buenos Aires, año 4, nº 12, invierno de 1998, pp. 32-36.
[1] Integrante de la Colectiva Feminista Autoconvocatoria Mujeres de la ciudad de Bahía Blanca (agrupación que lleva adelante un blog de audio, www.despertandoalilith.org). Mail personal: helenturpaud@yahoo.com.ar
[2] Judith Butler, activista e intelectual norteamericana que dio impulso a las teorías queer, llega incluso a cuestionar la naturalidad del sexo, considerándolo un modo particular en el cual se “leen” las marcas corporales, y que incluso dentro de la medicina actual resulta sumamente dudosa su mera división en dos (varón/mujer) ante la evidencia de sexos “intermedios”, hermafroditas, etc. Así, nada de lo sexual estaría fuera de lo social. Ver BUTLER, Judith (2006). Deshacer el género. Barcelona, Paidós.

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