lunes, 2 de enero de 2012

EL ESPUMANTE MILAGRO DE LA IZQUIERDA



¿Qué sabor tendrá el Dom Perignon? ¿Cuál será el gusto de esas exagues burbujas que ascienden buscándose al contornearse contra el vidrio, de ese dorado fulgurar con ínfulas de eternidad que provoca la luz en la copa, tan propio de la ambrosía olímpica y tan diferente de la zambullida lúgubre de los rayos del sol en la sidra que tributa como ofrenda navideña el patrón? Creemos que sabe a éxtasis dionisiaco, a placer etéreo sin contraindicaciones. La imaginación no basta para crear la fantasía de los sutiles aromas frutales que se enhebran en la boca con la acidez característica de la bebida, mientras las burbujas trepan por el paladar hasta disolverse en la nariz.
Dom Perignon es el champagne por antonomasia, aquel que porta el nombre del monje benedictino al que se le atribuye haber descubierto las bebidas espumantes. Esas que deben su sutil efervescencia al proceso de doble fermentación que las distingue del tosco burbujeo del gas carbónico injertado contra natura. Es el verdadero champagne, el que por provenir de la región francesa de la Champaña no usurpa los títulos y honores nobiliarios de la bebida.
¿Cuál habrá sido la cepa beneficiada por la elección? Averigüémoslo. Seguro que basta con googlear y aparece el video. Altamira- Gelblung- Brindis. Ahí están, Youtube mediante, en el estudio de radio Mitre. Chiche va mechando el informe del tránsito con elogios a la capacidad de Altamira para el descorche. El dirigente trotskista toma la botella de manera tal que la etiqueta queda semioculta por su mano. Sin embargo, puede entreverse que no es el Rosé obtenido de cepas Pinot Noir, bebido por primera vez por el Sha de Irán en 1971 como homenaje a los 2500 años del nacimiento del Imperio Persa. Nada, entonces, de esas ligeras trazas de vainillas que se detectan en su tonalidad cobriza. Ha de ser alguna de las otras versiones, una que posea una robustez más propia de un luchador social.
No seamos miserables portadores de la discordia. No preguntemos por el precio. Evitemos caer en la crítica obvia, mañosa y resentida, que protesta porque el productor radial y el longevo dirigente de izquierda se bebieron en unos minutos el equivalente al sueldo mensual de millones de jubilados. Entre sibaritas, el placer no tiene precio. El cálculo maquinal no debe corresponder a un revolucionario sino a espíritus ensombrecidos por el odio a lo que no se puede poseer. Después de todo, el motivo del brindis ameritaba el derroche. El Frente de Izquierda había sorteado con éxito las elecciones primarias rompiendo la proscripción estatal contra las fuerzas obreras revolucionarias. Claro que era ésta una ocasión más que pertinente.
El tres por ciento de los votos. Indudablemente una elección histórica para el trotskismo argentino que con posterioridad a la crisis del campo se desembarazó de sus habituales laderos, que fugaron hacia el oficialismo o hacia el terreno de la patronal agropecuaria. Tres por ciento, que no será la revolución, pero que de a poquito le va arrimando el bochin al socialismo. Así que si Paris bien vale una misa, el tres por ciento bien vale un Dom Perignon. Además, el derroche no fue tanto. Podemos aventurar con certeza que el precio de la botella no alcanzó el record de 84.000 dólares que se pagó por un Dom Perignon en una subasta en New York hace algunos años. La generosidad de Chiche tiene un límite.
Mucho menos debemos preguntar si en el momento en que las copas colisionaban, Altamira dedicó un pensamiento a Mariano Ferreira. No ha lugar a semejante moción de mal gusto que no entiende que ese brindis es el prolegómeno de la lucha final: uno, dos, tres, muchos Dom Perignon. Nos obsede la visión de la toma del Palacio de invierno por una vanguardia obrera que no necesita apelar a las armas porque llega surfeando sobre olas de champagne que inundan las calles, derriban las puertas del Estado, ahogan a los enemigos del pueblo y depositan al proletariado en el poderoso sitial histórico que la dialéctica le había prometido. Una utopía facetada a golpes de sacacorchos.
Ah, si, si, si. Hay algunas objeciones. Está la militante del PTS, socio de Altamira en el FIT, a la que el tintinear de copas hiere en lo más sagrado que posee: la memoria de sus padres desaparecidos. Esa muchacha tiene mucho que aprender de tácticas y estrategias políticas. Se necesita tener prensa. Hay que romper el cerco informativo que contribuye a la proscripción de la izquierda. No se puede ser principista cuando está en riesgo la supervivencia de la organización que representa el interés superior de la clase obrera. Qué importa que Gelblung haya montado durante la dictadura una campaña difamatoria contra los padres de esa militante. Qué importa que haya publicado que sus padres, asesinados por un grupo de tareas de la ESMA en Uruguay, eran “fabricantes de huérfanos”. Esas minucias obnubilan el entendimiento del militante. Es necesario poner un paréntesis y, si la situación lo impone, estrechar la mano de peor cómplice del genocidio. Táctica y estrategia, ¿se entiende? Cuando se está en desventaja material hace falta una mano del poder. Uno se tiene que instalar en las brechas que abren las contradicciones entre las facciones de la clase dominante. ¿Principios? ¿Fines? Esas son cosas que los anarquistas blanden como almas en pena. Y les va mal por eso. Se llevan a las patadas con la historia que parece entretenerse maltratándolos. Les va mal por eso, si, no como al trotskismo que sacó el tres por ciento. ¿Ética? Esto es la política, no jodamos. No nombremos a la soga en la casa del ahorcado. Si hace falta sumarse al circo mediático para conseguir un par de votos que nutran la porción del subsidio estatal que le toca al FIT, habrá que sumarse nomás. Si un conductor de TV regala publicidad propalando en Internet “un milagro para Altamira”, hay que acoplarse sin miramientos. Milagrear un voto tampoco es la muerte de nadie. Peor sería no poder participar de las elecciones que es casi como no clasificar a un mundial, como tambalear en las eliminatorias y no poder medirse con los capos de las grandes ligas. Con este equipazo sería una injusticia quedarse afuera y que le sustraigan a la izquierda hasta el derecho a proclamarse como los campeones morales de la lid democrática.
Y si ese periodista favorecedor obsequia champagne por el triunfo, bienvenido sea también. Más aun si lo que se sirve dista a años luz del plebeyismo irrelevante de un Federico de Alvear o, lo que sería incluso peor, una de esas sidras de nombres tan irrisorios como sus precios. ¿Principios? ¿Fines? ¿Ética? Pruritos burgueses paralizantes. Además quién necesita de ellos cuando se tiene en la mano una pomposa copa rebosante de Dom Perignon. Y ni se nos ocurra ser tan mala leche de preguntarnos porqué tanta publicidad gratuita, ni se nos pase por la cabeza pensar que tanta generosidad se debe a una posición política que objetivamente confluye con los intereses de la clase representada por esos voceros. Sólo una mente perturbada podría tender un manto de sospecha sobre la conducta sin tachaduras ni enmiendas de los honestos luchadores sociales que pueblan las listas de candidatos. La duda, señores, o es contrarrevolucionaria o, como bien descubrió la psiquiatría soviética, es una enfermedad que se cura a la fuerza de electroshocks y chalecos de fuerza.
Está bien, es cierto que toda esta abnegación no alcanzó ni para conseguir un concejal. Son los riesgos de la política. Pero nadie puede dudar del camino emprendido. Veamos lo mucho que se ha avanzado. Por ejemplo, todos comentaron los spots televisivos del Frente de Izquierda. En los bares, en las aulas, en las oficinas, en los talleres y las líneas de montaje casi no se hablaba de otra cosa. A algunos hasta les resultaron graciosos. La izquierda, siempre tan esquemática y previsible, ahora tiene gracia. Ha de ser una gracia divina y eso también es un milagro. Todo es fruto de esas publicaciones memorables en las que aparecen al final los candidatos a ocupar la primera magistratura con la respuesta florecida en los labios. Ya lo dijeron otros, son como el Chapulín Colorado: “¿Quién podrá ayudarnos? Nosotros, la izquierda”. Y tambien dicen que esa publicidad expone radiográficamente su concepción de la política. Están los obreros, que no son obreros sino actores, y los dirigentes que aparecen fuera del ámbito del desenvolvimiento natural del trabajador, en un espacio aparte, difuso y oficinesco (burocrático, bah), aportando las soluciones, banales y puramente retóricas, que el proletariado no puede encontrar por sí mismo. La representación, relación política de por si dificultosa, fundada en una falsa imagen para dar falsas respuestas a los falsos problemas sociales. Eso lo dicen los mismos que piden principios, fines y ética. Pero que hablen, que hablen, nada más importa. Romper el bloqueo comunicativo. Mostrarse pulcro, amable, sensato. Enseñarle a la sociedad que no tiene nada que temer si vota a la izquierda, porque ésta ha cambiado el tosco envasado etílico de las molotov por la gloriosa cornucopia vertida desde el botellón de la champagña. Ese objetivo se ha cumplido con creces. Por eso, porque las cosas han quedado suficientemente claras, porque están jugando con el mazo dado vuelta, es menester elevar las copas y dar un estentóreo ¡Salud!

R. Izoma






Publicado en La Protesta

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