sábado, 17 de marzo de 2012

PERO TRABAJAMOS



PERO TRABAJAMOS…
No hablamos para expresar algo,
sino para producir un determinado efecto.
Goebbels

Las palabras tienen una intención, siempre. Las palabras no son inocentes o, en realidad, los productores del discurso no lo son. La intención puede ser informar, exhortar, amenazar, aconsejar, generar belleza, expresar un estado de ánimo, pero nunca son inocentes. También la intención puede ser buena o mala, y la persona que produce el discurso y, a su vez, lo carga de intención, también esta sujeta a estados de ánimos y otras circunstancias contextuales que la puedan hacer hablar imprudentemente, con una carga subjetiva que no siempre la deje “bien parada”. Finalmente, la persona posee una investidura, una lugar en la sociedad, una posición que también la condicione en el momento de elegir las palabras y la intención con que quiera (o no) cargarla, y según quien sea el (o los) interlocutor.
Con todo esto, como podemos ver, el análisis discursivo no es una tarea sencilla para nadie, mucho menos para un ciudadano común, como el que aquí escribe.
Pero contextualicemos: si una buena vecina, cuyo marido es desocupado y changarín, quien nunca gana lo suficiente como para vivir holgadamente, al menos un mes, y cuyos hijos van a una escuela pública y en el último año han perdido una docena de días de clases por diferentes razones, entre las cuales se encuentra el paro motivado por el reclamo de una mejora salarial (un aumento de sueldo, digámoslo sin eufemismos), pero ese docente -sabe la vecina- vive medianamente bien y tiene un auto de un modelo bastante actual, pues bien, no es descabellado que esta buena vecina, mientras espera su turno en la verdulería y escucha en la radio que el inicio de clases corre riesgo por presuntos paros, ya que los docentes no han llegado a un acuerdo por el aumento que piden, diga muy indignada: “Trabajan cuatro horas por días, tienen tres meses de vacaciones y piden aumento…”.
Axioma que está instalado en la sociedad desde las últimas tres décadas y que es muy fácil de rebatir, como ya veremos.
Ahora bien, que una primera mandataria, la conductora de un país, una mujer con tanta preparación, estudio, militancia y roce internacional, una mujer que supo, alguna vez, ponerle los puntos a la Canciller de Alemania, Ángela Merkel, o, con tanta inteligencia y perspicacia defienda a uñas y dientes la soberanía de nuestras Malvinas, esta mujer, entonces, Cristina Fernández de Kirchner, diga, en un discurso de apertura de las sesiones del Congreso, tan suelta de cuerpo y con tanta soberbia y hasta con un dejo inentendible de rabia o resentimiento, lo mismo que esta pobre vecina, habla muy mal de ella, pero muy mal. Parece que no aprendió con la metida de pata del pseudominero Armando, ni con el par de exabruptos cometidos en la última reunión del G20, cuando mencionó, con tanto infortunio, sobre el “anarco capitalismo” o pretendió, con tanta candidez, teorizar sobre “el verdadero capitalismo”.
Ahora, montada en su inmaculado y divino altar, la soberbia le jugo otra mala pasada, porque ella fue la única que quedó mal, no sólo ante la comunidad docente, sino ante la opinión pública en general, por más que nuestro conciliador Baradel haya querido justificarla, recargando la responsabilidad de sus (nada inocentes) dichos al Ministro de Economía, quien no supo “asesorarla”. Realmente, jamás pensé que, hasta para dar arrojar algunos comentarios fuera de discurso, necesitara asesoramiento. Ni siquiera se puede decir que fue políticamente incorrecta, fue, sin lugar a dudas o confusiones, ofensiva, maleducada, soberbia y manipuladora, ya que sabía que su discurso iba por cadena Nacional (una práctica, por lo demás., un tanto setentista, ya que es un método que utilizan los dictadores para diseminar la propaganda de Estado)-
Ahora bien, en ese mismo discurso, se jactó –con la misma soberbia, como corresponde y como tanto le gusta a sus pagados aduladores y a sus esbirros pseudointelectuales, seis, siete, ocho, o algunos más-, se jactó de estar orgullosa del enorme crecimiento económico que tuvo el país en el último año, crecimiento que, sin embargo, aparentemente no es lo suficiente como para apostar unos pesos más en educación o salud, a pesar, incluso, de que se están retirando, de a poco, los subsidios a los country, casinos, bingos, hipódromos, telefonía celular, ferrocarriles, subtes y colectivos y, como es de esperar, al ciudadano común. A pesar de este panorama económico tan alentador, nosotros, los docentes, no tenemos derecho a reclamar un aumento, porque, además, “trabajamos cuatro horas y tenemos tres meses de vacaciones”.
Pero hablemos un poco de nuestros diputados y senadores, quienes para la Presidenta no merecieron ningún comentario ni ahora ni cuando se autoaumentaron sus salarios un 150%, con la excusa que debían ajustar sus sueldos al costo de vida. Y acá caemos en otra sugestiva contradicción (y van…). Nuestra Presidenta dijo en diciembre del año pasado que la inflación ANUAL (con mayúscula connota más importancia) no superó el 10%. Pero como, si el costo de vida fue tan ínfimo (aunque Carrefour y otros no se hayan enterado), como es que ellos se permiten un incremento del 150% para ajustarse al costo de vida. Alguien miente o esta confundido. ¿Adivine?
Vayamos por parte, señora Presidenta, y este asesoramiento no se lo cobro, en todo caso, queda subvencionado hasta nuevo aviso.
1. Un docente trabaja cuatro horas cuando no el queda otra, de lo contrario, trabaja entre seis y diez horas para llegar a un sueldo digno, como cualquier docente de los países del “capitalismo serio” que tanto admira, sólo que ellos lo ganan con cuatro horas. Pero, en la docencia, no existe la hora extra y un docente, fuera del aula, en su casa, con sus hijos y pareja alrededor, trabaja por día, en promedio, otras dos horas más –como mínimo- en concepto de correcciones, preparación de exámenes, guías, trabajos prácticos, programas de contenido, reuniones a contraturno (siempre), preparación de actos, y algunos etcéteras que podrían aburrirla. Nada de esto se paga. Como tampoco todo el material didáctico que un docente compra a lo largo del año, sin contar con las Maestras Jardineras, quienes llevan a cabo una tarea casi altruista con todo el tiempo y el dinero que invierten (y no me equivoco en la intencionada elección del verbo. Creemos que la educación con o sin aumento es una de las inversiones más nobles de nuestra sociedad) ¿Cuántas horas trabaja por día un diputado, como para justificar su sueldo y su indigno y provocador aumento? La vecina que se indigna con nosotros sabe, sin ninguna duda, cuántos días trabajamos y cuántos no, y las razones de cada ausencia. ¿Cómo sabemos las horas diarias que un diputado “nos” dedica? Más allá de la maratónica jornada de doce o catorce horas que tiene en algún día del último mes para promulgar, de un saque y sin las discusiones debidas que “nos” merecemos, una treintena de leyes, la mayoría de ellas absurdas o inocuas. Muchos docentes tienen esa cantidad de horas a diario, no un solo día al años, como para cumplir, señora Presidenta;
2. Sólo se puede se docente si tiene el título de ello (y no es una perogrullada señora Presidenta) Para su consecución se necesitan entre tres y ocho años, según la carrera docente y si se ha elegido un Profesorado o la Universidad; además tiempo, esfuerzo y mucho dinero, aunque se elija un Profesorado o Universidad estatales. En el caso de un privado, el costo se quintuplica. Hablamos, entonces, de una carrera que puede estar entre los diez mil y los cincuenta mil. Pídale, señora Presidenta, ahora al Ministro de Economía que la asesore. ¿Cuánto estudio y dedicación necesita un diputado para ocupar u escaño en el Congreso? Tengo en mi mente más de diez que sólo tienen el secundario y, seguramente, años de militancia o buen acomodo. Nepotismo creo que le llaman a esa práctica. Por ejemplo, ¿conoce al conductor de La Cámpora? ¿Cuántos méritos ha hecho para conducirla, señora Presidenta? Resumiendo, cualquiera puede ser, como se ha visto, diputado, pero para ser docente se complica un poco más, al menos, mientras los títulos no estén a la venta;
3. Con respecto a nuestras vacaciones, señora Presidenta, comencemos por un principio que, para reconocerlo, no se necesita de ningún asesoramiento, mal que le pese a nuestro estimado Baradel, siempre “tan conciliador”, las vacaciones son para los chicos, sobre todo si no adeudan materias, cosa que, a pesar de estos últimos planes de estudio cada vez más generosos para engrosar las estadísticas, siguen adeudando -la mayoría- alguno que otra materia, a pesar de tantas oportunidades que hoy en día tienen merced a las bondades de los nuevos e innovadores planes de ¿estudio? Porque todavía no nos queda muy claro a los docentes si al Estado le importa lo cualitativo o lo cuantitativo, si es lo primero no se los recomiendo. No sea que interpreten la realidad como es, con todos sus discursos, y cuando tengan que votar…, bueno, se imagina. Pero volvamos a nuestros tres meses de vacaciones. Mi última mesa fue el 29 de diciembre y la primera de este año, el 13 de febrero (tengo los comprobantes, créame) La cuenta no me da noventa días ni aun sumando el receso (que no es lo mismo que vacaciones) invernal de quince días. Más allá de que estamos a disposición del Director a partir del primer día de febrero, algo que en las escuelas privadas se cumple bastante. ¿Cuántas vacaciones tienen los docentes en los países que Ud. admira, ésos donde juegan al “capitalismo en serio”? ¿O en Cuba, Canadá, Japón, China…, comunistas o capitalistas? Por otra parte, la sesiones en el Congreso concluyeron a mediados de diciembre y comenzaron –discurso suyo mediante-, el primero de marzo, es decir, una cantidad de días superior a los nuestros, unos ochenta días, casi tres meses, para resumir, más algunos días que cada uno se tomará, seguramente, en invierno. ¿La abrumo, señora Presidenta? ¿Me imagina diciendo todo esto en cadena Nacional?;
4. Nosotros no cobramos viáticos -y jamás fue incluido en un reclamo-, a pesar de que un docente, si tiene suerte, tiene un mínimo de tres escuelas, pero si éste es de Inglés, Plástica o Educación Física puede llegar a trabajar en media docena de escuelas diseminadas en dos o tres ciudades, recurriendo, muchas veces, a remises que le permitan entrar en el horario estipulado; un diputado cobra viáticos, viva en Ushuaia o en el barrio de Congreso, y si no hace uso de ellos, los vende y se queda con el dinero. Por otra parte, su lugar de trabajo sólo es el Congreso (aunque sigue sin quedarme claro cuántas horas por día concurre a él);
5. Muchas veces, mientras veía “Circo, perdón, Fútbol para todos”, fue inevitable que la propaganda de Estado me llegara, y una de las consignas que más me llama la atención tiene que ver con la consigna persistente del blanqueo de todos los trabajadores que, todavía, trabajan y cobran en negro, empleadas domésticas, particularmente; ¿a Ud. le informaron, señora Presidenta, que nosotros, también, percibimos parte de nuestro salario en negro? Al menos sabrá, seguramente, quién es nuestro empleador: el Estado o la provincia de Buenos Aires, que viene a ser lo mismo. El silogismo es más que claro, entonces. Es Ud. quien nos paga en negro parte del salario, mientras exige, partido de fútbol mediante, que esta práctica denigrante se acabe. ¡Y estamos de acuerdo con Ud., señora Presidenta! Por eso, en nuestro reclamo, también pedimos que se blanqueen la sumas (sí, en plural) que tenemos en negro desde hace más de una década, pero seguimos cobrando en negro, a pesar de su conminatorio y persistente deseo.
Como ve, señora Presidenta, son muchos los “detalles” que desconoce sobre nuestro, muy a pesar suyo, prestigioso y respetado oficio. En aquellos lugares donde la fuerza pública necesita de un ejército de elite y armas sofisticadas para entrar, nosotros lo hacemos con el guardapolvo blanco como único documento; en aquellos lugares que los políticos sólo entran en campaña electoral, rodeados de media docena de guardaespaldas y obsequiosos de choripanes y juguetes, nosotros lo hacemos a diario, en bicicleta, en auto o caminando y sólo recibimos incontables muestras de afecto, cariño y aprecio, a cualquier hora del día y sin regalarles falsas y efímeras promesas, más allá de lo que podemos entregar dentro de un aula durante cuatro, cinco, seis o dos horas, donde, lamentablemente, y no por nuestra causa, el primordial rol docente queda, en muchos casos, en un segundo plano.
En las primeras décadas del pasado siglo, un diputado y un docente -según palabras del escritor y diputado Miguel Cané- recibían un sueldo parecido, y un diputado nunca ganó mal; hoy esta comparación resulta odiosa y grotesca; además, en las primeras décadas del pasado siglo, diputados y docentes eran algunos de los mentores de la construcción del país; hoy, sólo uno de estos actores continúa consecuente con esta construcción, y no son los diputados…
Nuestros guardapolvos siguen siendo blancos e inmaculados, señora Presidenta, ya que se necesitan mucho más que insidiosas y ofensivas palabras para ensuciarlos, como tampoco -ya quedó demostrado- balas como las que recibió nuestro hermano Fuentealba, quien, tal vez, sólo trabajaba cuatro horas por día.
Todavía guardo la ilusa esperanza de que, con la misma injustificada soberbia que utilizó para injuriarnos, tenga la justificada humildad -la que tienen los grandes, con o sin un 54% de apoyo- de disculparse. Hablará muy bien de usted, y quedaremos en paz.

Claudio Casero

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