Refutación de todos los juicios, tanto elogiosos como hostiles, que hasta ahora se han hecho sobre la película "La Sociedad del Espectáculo"
1975 (Simar Films)
Guy Debord
Traducción de Laura Baigorri publicada en el # 9 de Amano (1998) y en el # 14-15 de la revista Bandaparte, Ediciones de la Mirada, Valencia, 1999.
La organización espectacular de la actual sociedad de clases
entraña dos consecuencias fácilmente reconocibles: por un lado,
la falsificación generalizada tanto de productos como de
razonamientos; por el otro, todos aquéllos que pretenden
encontrar la felicidad están obligados a mantenerse a una gran
distancia de lo que quieren, pues no tienen nunca los medios
intelectuales, o de cualquier otro tipo, de acceder a un
conocimiento directo y profundo, a una práctica completa y a un
placer auténtico.
(Continua en "Mas información")
Lo que ya es de por sí obvio cuando se trata del habitat, del
vino, del consumo cultural, o de la liberalización de
costumbres, debe acentuarse mucho más cuando se trata de la
teoría revolucionaria y del temible lenguaje que ésta aplica a
un mundo condenado.
La falsificación ingenua y la aprobación incompetente, que son
algo así como el olor específico del espectáculo, no se han
privado de ilustrar los comentarios, diversamente
incomprensibles, que han respondido a la película La Sociedad
del Espectáculo.
En este caso, la incomprensión todavía se impone. El espectáculo
es una miseria, más que una conspiración. Quienes escriben en
los periódicos de nuestra época no han podido disimular su
inteligencia: utilizan todo lo que cae en sus manos. ¿Qué
podrían decir sobre una película que ataca en bloque sus hábitos
e ideas y que les ataca en el preciso momento en que ellos
mismos comienzan a derrumbarse? La debilidad de sus reacciones
acompaña la decadencia de su mundo.
Quienes dicen que les gusta mi película, también les ha gustado
demasiado otras cosas que suelen gustar; y quienes dicen que no
les gusta, también han aceptado otras cosas para que ahora su
juicio tenga un mínimo peso. Si observamos la pobreza de su
vida comprenderemos muy bien la pobreza de su discurso. Sólo
basta ver su ambiente y ocupaciones, sus productos y ceremonias;
están en cualquier parte. Sólo basta oír estas voces imbéciles
que nos dicen que hemos caído en la alienación y que cada dos
por tres nos informan con desprecio de quien se ha sumado a ella.
Los espectadores no encuentran lo que desean, desean lo que
encuentran.
El espectáculo no doblega a los hombres hasta hacerse querer por
ellos, pero muchos son recompensados por fingirlo. Ahora que ya
no pueden asegurar que esta sociedad es plenamente
satisfactoria, se apresuran a expresar su insatisfacción por
todo tipo de crítica. Todos los insatisfechos se creen que
merecen más. Pero, ¿acaso se imaginan que queremos
convencerles? ¿Creen que todavía estarían a tiempo de
suscribirse a semejante crítica, si de pronto ésta solicitase su
adhesión? ¿Creen que pueden hablar haciéndonos olvidar desde
donde hablan, estos inquilinos mal alojados del territorio de la
aprobación?
En un futuro más libre y más verídico, será motivo de asombro
que los escribanos del sistema de mentiras espectacular hayan
podido creerse cualificados para dar su opinión y sopesar
tranquilamente los pros y los contras de una película que es una
negación del espectáculo; como si la disolución del sistema
fuese una cuestión de opiniones. Ahora que su sistema está
siendo realmente atacado, se tienen que defender por fuerza,
pero la falsa moneda de sus argumentos ya no tiene curso y el
paro amenaza actualmente a un buen número de ejecutivos de la
falsificación.
Los más tenaces entre estos mentirosos malparados todavía se
preguntan si la sociedad del espectáculo existe realmente, o si
quizás me la habré inventado yo. Pero, como desde hace algunos
años, el dispositivo de la historia marcha contra su propio
castillo de falsos naipes -e incluso recientemente insiste en
estrechar el cerco-; ahora todos estos comentaristas tienen la
bajeza de saludar las excelencias de mi libro como si fuesen
capaces de leerlo y como si lo hubieran acogido con respeto en
1967. Sin embargo, la mayoría piensa que abuso de su
indulgencia llevando mi libro a la pantalla. Y el shock es aún
más fuerte puesto que nunca habían llegado a imaginar que fuera
posible tal exceso. Su cólera confirma que la aparición de
semejante crítica en el cine les inquieta más que en un libro.
Ahora, como entonces, les vemos luchar en retaguardia, en
segunda línea de defensa. Muchos imputan a esta película la
dificultad de comprensión. Otros dicen que las imágenes les
impiden oir las palabras, aunque en otras ocasiones es al revés.
Dicen que la película les fatiga y erigen fieramente su fatiga
particular en criterio general de la comunicación, pero les
gustaría dar la impresión de que comprenden sin dificultades y
que aprobaban esta misma teoría cuando sólo estaba expuesta en
un libro. Y después intentan argüir un simple desacuerdo sobre
una concepción del cine que es, en el fondo, un conflicto sobre
una concepción de la sociedad y una guerra abierta en la
sociedad real.
Pero entonces ¿por qué comprenden mejor lo que les ha tocado
vivir de una sociedad que les condiciona a la fatiga mental,
antes que una película que les sobrepasa? ¿Cómo es que su
debilidad está más dispuesta a la hora de discernir, entre el
ruido ininterrumpido de los mensajes simultáneos de la
publicidad o del gobierno, todos los groseros sofismos que les
inclinan a aceptar sus trabajos y entrenimientos, las ideas del
presidente Giscart y el sabor de los amiláceos?
Ninguna película es más dificil que su época. Por ejemplo, hay
personas que comprenden y otras que no comprenden que cuando se
les ofreció a los franceses -según una vieja receta del poder-
un nuevo ministerio llamado "Ministerio de la Calidad de Vida",
era simplemente, como decía Maquiavelo, "con el fin de que
conservasen por lo menos el nombre de aquéllo que habían
perdido". Hay personas que comprenden y otras que no comprenden
que la lucha de clases en Portugal ha estado básicamente
dominada por el enfrentamiento directo entre los obreros
revolucionarios, organizados en asambleas autónomas, y la
burocracia estalinista enriquecida con generales derrotados.
Quienes comprenden esto son los mismos que pueden comprender mi
película, y yo no hice esta película para los que no comprenden
o para los que disimulan.
Puesto que todos los comentarios provienen de la misma zona
polucionada de la industria espectacular, estos son variados,
como las mercancías actuales. Muchos afirman estar entusiasmados
con la película y han intentado vanamente decir porqué. Cada vez
que me aprueban las personas que deberían ser mis enemigos, me
pregunto que falta han cometido en sus razonamientos.
Generalmente es fácil de encontrar. Puesto que hallan una
extraña cantidad de novedades y una insolencia que ni siquiera
pueden comprender, los consumidores de vanguardia intentan
conseguir una aprobación imposible reconstruyendo bellas rarezas
de lirismo individual que no estaban en la obra. Así, uno quiere
admirar en mi película "el lirismo de la rabia"; otro ha
descubierto que el paso de una época histórica comporta cierta
melancolía; otros, que seguramente sobrestiman los refinamientos
de la actual vida social, me atribuyen cierto dandismo. En todo
ello vemos a esta vieja canalla de época que persiste en "su
mania de negar lo que es y de explicar lo que no es". La teoría
crítica que acompaña la disolución de una sociedad no se da en
la rabia, y menos todavía en la exhibición de una simple imagen.
Comprende, describe y se empeña en precipitar un movimiento que
desfila ante sus ojos. En cuanto a aquéllos que nos presentan
su pseudo-rabia como una especie de material artístico en boga,
sabemos bien que sólo buscan compensar la debilidad, los
compromisos y las humillaciones de su vida real; en tanto que
espectadores no haríamos mal en identificarnos con ellos.
La hostilidad es mucho mayor cada vez que opinan sobre mi
película los políticamente reaccionarios. Así, un aprendiz de
burócrata quiere aprobar mi audacia de "hacer una película
política, no contando una historia, sino filmando directamente
la teoría". Sólo que él no ama mi teoría. Intuye que, bajo la
apariencia de "la izquierda sin concesión", me iré desplazando
hacia la derecha, y que por esa razón ataco sistemáticamente a
"los hombres de la izquierda unida". Estos son los vocablos
exagerados con los que el cretino se llena la boca. ¿Qué unión?
¿Qué izquierda? ¿Qué hombres?
Evientemente, ésta no es más que la unión de los estalinistas
con otros enemigos del proletariado. Cada uno de los socios
conoce perfectamente al otro, por eso se engañan torpemente
entre sí y se acusan a grandes voces cada dos por tres. Pero
todavía esperan poder trampear juntos contra todas las
iniciativas revolucionarias de los trabajadores para que, en
caso de que no puedan salvar todos los obstáculos, puedan
mantener como a ellos les convenga lo esencial del capitalismo.
Son los mismos que reprimen en Portugal -como antes hicieron en
Budapest- "las huelgas contra-revolucionarias" de los obreros;
los mismos que aspiran a "comprometerse históricamente" en
Italia; los mismos que se autodenominaban gobierno del Frente
Popular cuando malograban las huelgas de 1936 y la revolución
española.
La izquierda unida no es más que una pequeña mitificación
defensiva de la sociedad espectacular, un caso particular con
una vida muy breve, porque el sistema sólo la utiliza
ocasionalmente. Yo sólo la he evocado de pasada en mi película,
pero en el fondo la ataco con el desprecio que merece; como
hicimos en Portugal sobre un mejor y más vasto terreno. Un
periodista de la izquierda -que espera cierta notoriedad
justificando que ha publicado un increíble falso documento,
porque es así como él concibe la libertad de prensa-, resulta
tanto más falsificador cuando insinúa que yo no habría atacado a
los burócratas de Pekín tan limpiamente como a las otras clases
dominantes. Por otra parte, deplora que un espíritu de mi
altura se contente con hacer un "cine de ghetto" que sólo los
locos van ver. El argumento no me convence: prefiero quedarme en
la sombra, con los locos, antes que consentir sermonear en la
claridad artificial que manipulan sus hipnotizadores.
Otro jesuita poco dado al fingimiento, por el contrario, se
pregunta si denunciar públicamente el espectáculo no será ya
entrar en el espectáculo. Se entiende perfectamente que es lo
que quiere obtener desplegando este purismo tan extraordinario
en un periódico: que nadie aparezca jamás en el espectáculo como
un enemigo.
Quienes no arriesgan perder un puesto subalterno en la sociedad
espectacular, sino sólo su ambiciosa esperanza de constituirse
en su más juvenil relevo uno de estos días, han manifestado con
más franqueza y más furia su descontento y sus celos. Un anónimo
muy representativo ha expuesto ampliamente la tesis del más
reciente conformismo en su espacio natural, es decir, en el
semanario de la compañía de cómicos del electorado
mitterrandista. El anónimo encuentra que hubiese estado bien
filmar mi libro en 1967, pero que en 1973 ya era demasiado
tarde. Para probar su afirmación incide en la urgencia de que,
en lo sucesivo, se deje de hablar de todo lo que él ignora: de
Marx y Hegel; de los libros en general, porque no pueden ser un
instrumento adecuado de emancipación; del cine, ya que sólo es
cine; de la teoría más que de cualquier otra cosa; e incluso de
la propia historia, pues se alegra de su procedencia anónima.
Evidentemente, un pensamiento tan descompuesto sólo ha podido
supurar de los penosos muros de Vicennes. De la tesina de un
estudiante de Vicennes nunca se ha visto nacer una teoría. Y
está bien que preconice, al menos provisoriamente, una
anti-teoría. ¿Que otra cosa podrían vender, sino una plaza de
profesor ayudante en la neo-universidad? Pero no se contentan
con eso y el más desprovisto de los candidatos-recuperadores va
hoy a llamar a todos los timbres para ser, por lo menos,
director de colección de una editorial y, si fuera posible,
realizador: sin embargo, el anónimo no oculta que me envidia las
victorias, a sus ojos fastuosas, del cine. Se puede entonces
asegurar que ninguna de estas anti-teorías esperará fácilmente
en silencio su único y auténtico destino, porque entonces sus
portadores no serían más que asalariados sin cualificación.
Finalmente, el anónimo descubre su juego. El impostor deseaba
disolver la historia para elegir otra. Quería designar a los
pensadores del futuro. Y esta calavera avanza fríamente los
nombres de Lyotard, Castoriadis y demás pordioseros del montón;
es decir, personas que hace más de quince años ya habían lanzado
todos sus fuegos sin conseguir deslumbrar a su época.
Ningún pedante ama la historia. Por otra parte, cuando se está
negando la historia en su conjunto ¿por qué el universitariado
más decididamente innovador se molesta en aferrarse a
quincuagenarios recuperados? ¿no comprende que es contradictorio
hacerse pasar por un anónimo que ha cambiado mucho tras (el mayo
de) 1968 y reconocer que todavía no ha llegado a despreciar a
los profesores? Este anónimo tiene, sin embargo, el mérito de
haber ilustrado mejor que otros la ineptitud de la reflexión
anti-histórica que defiende y las verdaderas intenciones del
falso desprecio que los impotentes oponen a la realidad.
Mientras postula que era demasiado tarde para emprender una
adaptación cinematográfica de La Sociedad del Espectáculo seis
años después de la aparición del libro, se le escapa el hecho de
que sólo ha habido tres únicos libros de crítica social
verdaderamente importantes en los últimos cien años. Quiere
olvidar, además, que yo mismo había escrito el libro. Sobra toda
comparación a la hora de evaluar si yo he sido más lento o más
rápido, ya que es obvio que mis principales predecesores no
disponían del cine. Así pues, reconozco que me alegro mucho de
ser el primero en realizar este tipo de hazaña.
Los defensores del espectáculo reconocerán esta nueva
utilización del cine tan lentamente como han reconocido que una
nueva era de la oposición revolucionaria está zapando su
sociedad, aunque se resistirán a hacerlo tan abiertamente.
Siguiendo con la trayectoria que les caracteriza, primero se
callan y después hablan en favor del sujeto. Los comentaristas
de mi película se encuentran entre ellos.
Los especialistas cinematográficos han dicho que se trataba de
una mala política revolucionaria y los políticos de todas las
izquierdas ilusionistas han dicho que era un mala película. Pero
cuando uno es a la vez cineasta y revolucionario demuestra
fácilmente que su generalizada acritud proviene de una
evidencia: la película en cuestión es la crítica exacta de la
sociedad que ellos no saben combatir y un primer ejemplo del
cine que ellos no saben hacer.
Traducción de Laura Baigorri
Texto intercalado en los títulos de cabecera: "Los críticos
expresamente mencionados en esta película escribieron, en 1974,
en Le Nouvel Observateur del 29 de abril, Le Cotidien de Paris
del 2 de mayo, Le Monde del 9 de junio, Telerama del 11 mayo, Le
Nouvel Observateur del 13 de mayo, Charlie-Hebdo del 13 de mayo,
Le Point del 20 de mayo y Cinéma 74 de junio".
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